Sábado. Mediodía. Aún despuntan cuatro rayos de sol pero el cielo amenaza lluvia. La resaca es más que aguantable aunque necesita el toque definitivo para desvanecerse. Hay que aprovechar: creas un grupo de WhatsApp: ¿let’s brunch? Pues ya que lo dices, sí. Empiezan las apuestas. Van cayendo los primeros nombres de nuestro top of mind. El sota, caballo y rey de los brunch barceloneses. Se merecen ese puesto de honor en lo más alto del podio por alguna razón, sí, pero sois conscientes que en según qué lugar (no diré nombres) has de estar atento a tu plato porque el abarrotamiento es tal que no sabes si esos benedict eran tuyos o del vecino. Después de la exhausta criba -sumadle el follón del grupo whatsappero- se alza un ganador: El Atril. Ubicado en una privilegiada esquina del Born adelanta por la derecha sin compasión a gran número de «hotspots bruncheros» que copan las rutas hipsters marcadas por blogs gastronómicos locales. El festín que nos metimos en El Atril no tiene nombre. Cruasán recién hecho a la plancha con jamón ibérico y brie, quiche de puerros, tartaleta de huevos revueltos, paninni de pollo con pan de semillas y ensalada… todo ello acompañado de bebida, zumo de naranja natural y un postre casero a escoger (no lo dudéis, id a por el yogur con miel). ¿Un Plus? Os daré dos: El precio cerrado al estilo «formule» francesa, que siempre se agradece para no marear la perdiz, y que cuando sales estás en el Born, ¿recuerdas?
