La Farfalina

Sabéis el clásico sitio que piensas: ¿qué será? ¿estará abandonado? ¿en alquiler? Y te pica la curiosidad, te acaba picando tanto que al final te rascas y acabas googleando el nombre del susodicho lugar. ¿Os suena? Pues exactamente esto me pasó con La Farfalina. Así descubrí que era un bar/restaurante que ofrecía «cocina con amor». No tiene pinta de bar, ni de restaurante, ni de casa de comidas, si me apuras. Simplemente, cual península, sobresalen unos ventanales alicatados que esconden cuatro (sí, cuatro, no más) mesas y, si enganchas la nariz, una barra con cafeteras antiguas y sombras que parecen sabrosos pasteles. Pues cuando me decidí a ir por fin, me enamoró. El olor es de brunch Inglés, del real, una mezcla entre té , pastas, dulce y cremas de mantequilla, aunque en la carta (cambiante y casera) no sólo ofrecen dulces, sino hamburguesas de avena y enchiladas con guacamole y crema de yoghurt. Una maravilla de lugar, microscópico, que consigue ser funcional gracias a la fórmula del tetris pero que es encantador, al igual que su dueña, Jacqueline. Una joyita muy discreta, pero joya al fin y al cabo.

2
3