Vale, quizá esta frase suene a tópico, pero no por ello es menos cierta: las apariencias engañan. Y si queréis una prueba, pasaos por el Col·legi d’Arquitectes. Sí, ese edificio que está al final del Portal de l’Àngel, el que tiene esos frisos pintados por Picasso. Allí encontraréis su nuevo restaurante, Matís Bar, un local a simple vista sencillo, hiper-colorido y muy informal, pero que esconde uno de los mejores secretos gastronómicos de la ciudad. Al llegar nos mantuvimos algo escépticos: la decoración tiene cierto aire kitsch como de cadena de restaurantes, para qué engañarnos. Nos atendió un hombre con un gorro de colores de esos con una hélice en la parte superior, tipo “casquet volador” del Doraemon. Pues bien: resultó ser uno de los hermanos Martínez, propietarios del local y poseedores nada menos que de una estrella Michelin por su otro restaurante, el Capritx de Terrassa. ¿Estrellas Michelin y gorras de juguete? Eso parece. No sabía bien cómo sentirme respecto al lugar, al menos hasta que empezaron a llegar los platos. Es más, sólo con el aperitivo tuve suficiente para saber que en ese sitio la comida era de otro nivel. Dos boles de olivas, grandes como ciruelas (no exagero), me sacaron de toda duda. Y ya con el resto de platillos, casi nos cayeron las lágrimas: espectacular el pincho de bonito y ajo negro, tremendo el rosbif de ternera con piñones, descomunal el bombón de queso y tomate… y se me acaban los adjetivos grandilocuentes para referirme a una de las joyas de la corona: la tortilla de patatas, un castizo platillo que pasa por el horno y requiere nada menos que 45 minutos de elaboración. Receta especial, por si cabía alguna duda.
La cocina es, curisoamente, pequeña, y está siempre a la vista. Choca el hecho, además, de que la mayoría de camareros sean también cocineros, de tal forma que pueden intercambiar roles en momentos puntuales. Eso explica que sean tan rápidos, claro. Y no es de extrañar: al fin y al cabo el Matís es un homenaje al bar de toda la vida, pese a su condición de alta gastronomía (que la tiene, sin duda). De ahí viene que se haya especializado en tapas y platillos, así como su aire canalla tan característico en la decoración y la atención desenfadada.
Merece la pena, pues, asomarse por el edificio del Col·legi d’Arquitectes y saludar a los hermanos Martínez. Os cuidarán bien, de eso no hay duda. Y por mucho menos dinero del que pensáis. De verdad de la buena. Palabra de Le Cool.