4 mesas, una cabeza de jabalí y una de ciervo. El Bar Mijares no necesita mucho más para mantener vivo el encanto de los ochenta, donde el camarero te canta la carta y al tercer día ya se acuerda que tomas el cortado con la leche natural. Un bar de menús de toda la vida, en el que tardas 5 minutos en sentirte como en casa. Si además te va el rollo cazador, estás en el paraíso. Pero más allá de la estética Almodóvar, lo que te acaba robando el corazón en el Mijares son las cosas simples, como tratar con cariño a la gente, o que los platos sean sencillos y buenos. Dos primeros, dos segundos, y sin fritanga. No te intentan vender lo que no son, y en una Barcelona aburrida de gintonics y hamburguesas, se agradecen estos oasis de autenticidad. Larga vida a todos esos bares que, como el Mijares, llevan décadas haciendo las cosas bien.
