Difícilmente se puede recomendar El apartamento al avezado cinéfilo, porque es probable que haya visitado el clásico de Billy Wilder en varias ocasiones; pero hay que aprovechar otra oportunidad cuando se trata de una película que aporta matices y renueva risas y lágrimas con cada visión. Pocas veces una comedia ha sido tan conmovedora. Pocas veces un drama ha sido tan refrescante. Pocas veces se ha dicho tanto con tan poco: un espejito roto, una llave diminuta, un movimiento de pupilas que, de pronto, lo comprenden todo. Pocos guiones han sido tan estudiados en las escuelas de cine: por la construcción de sus personajes, por la delicadeza de sus diálogos, por sus clics argumentales con los que todo cuadra. Al terminar la película, probablemente tendrás ganas de dar un abrazo a C.C. Baxter (Jack Lemmon), un beso en la mejilla a la señorita Kubelik (Shirley MacLaine) y un puñetazo en la cara al señor Sheldrake (Fred MacMurray), héroes y villanos minúsculos, como los que vemos día tras día. «No actúes», le decía Wilder a Lemmon, su actor fetiche. Y le hizo caso, porque él y su compañera no actúan: viven, conmueven, convencen.
