En el glorioso año 1988 pululaban por sobre las grietas del pop indie español unos tales Surfin’ bichos, jóvenes manchegos dispuestos a taladrar todas las convenciones. Sus canciones parecían las de un náufrago lisérgico o el Libro de los Salmos leído en la cola del baño de un after. A mediados de los noventa se separarían, pero ya nos habían dejado extrañas joyas como (entre otras muchas) “Mi hermano carnal”, “Fuerte” “Efervescente”, “¿Amas lo desconocido?” y “El final de una quimera”. Varios de sus miembros (entre ellos Joaquín Pascual) acabarían formando Mercromina, grupo cuyas canciones supusieron un viraje a la ternura, siempre sabiamente diluida con pinceladas de humor absurdo.
No así Fernando Alfaro, quien continuó su tarea de “cruzacables profesional” y “Quijote del Apocalipsis” en sus diversas mutaciones (Chucho, Los Alienistas). Sus melodías y letras siguen impregnadas del existencialismo de alguien que sabe que la vida no tiene sentido, y precisamente por eso quiere furiosamente vivir. San Alfaro (Nacho Vegas dixit) ha sabido, en definitiva, conjugar durante casi tres décadas el humor con la hecatombe, la rima y el estruendo, la estratosfera y Albacete.
Con la timidez (y la majestuosidad) con la que se alinean las estrellas, Joaquín Pascual y Fernando Alfaro volverán a brillar sobre el escenario, y nosotros los vivos y mortales podremos ser testigos de su euforia y su condena. Entren a la sala, ocupen sus asientos. Bienvenidos a la épica del caos.
