¿Cuánto hay de tiránico en las relaciones de pareja, o en la necesidad de vivir dentro de una? ¿Cómo estar soltero en un mundo lleno de sofás, balancines y mesas con velitas para dos? Yorgos Lanthimos, el cineasta oblicuo que llegó a nuestras pantallas hace un lustro con Canino (pese a ser su tercera película) y nos fascinó, y que dos años después repitió la jugada con Alpes, ha decidido desarrollar estas cuestiones en Langosta, su primera película rodada en inglés y con actores más que reconocibles (Colin Farrell, Rachel Weisz, John C. Reilly, Léa Seydoux).
Es difícil hablar de ella sin desvelar demasiados detalles de su trama desquiciada, sombría y a la vez hilarante; nos limitaremos a contar que la acción arranca cuando el protagonista rompe con su pareja y es obligado a recluirse en un balneario (un no-lugar, Arcadia o Tártaro) para encontrar a otra «media naranja» entre las residentes en un plazo de 45 días, tras los cuales, si no logra su objetivo, será transformado en un animal de su elección.
Si el planteamiento es digno de un loco o un iluminado, el nudo y el desenlace, propiciados por decenas de hechos perfectamente ligados por la lógica interna del filme, no se quedan atrás. Todo aliñado por la recurrente tensión entre lo tenido por normal y lo absurdo, y entre la animalidad y el hipercontrol (tan intrínseco que ya no sabemos si procede de una instancia superior o de nosotros mismos); por la ironía punzante y la falta de compromiso emocional entre el emisor y el mensaje (emblema de este mundo cada vez más aséptico de tan mediatizado); por la claustrofobia vuelta virtud.
Guardamos silencio y les conminamos a ver esta fabulosa (en ambos sentidos) distopía cuyo mensaje global depende del espectador. Más que interpretarla, déjense interpretar por ella.
