Cuatro directoras filman a cuatro actrices que interpretan a cuatro amigas en su temprana veintena. El resultado es Las amigas de Àgata, película catalana que retrata ese momento en el que nos toca crecer o, al menos, intentarlo y dejar atrás -¿o no?- a esas amistades que creímos eternas para formar parte de un mundo nuevo, en el que todo parece fascinante, brillante y pleno de oportunidades.
Las amigas de Àgata fue el trabajo final de Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius, Marta Verheyen, estudiantes de Comunicación Audiovisual en la Universidad Pompeu Fabra. Su realización se financió por la plataforma de crowfunding Verkami y desde su estreno viene cosechando buenas críticas. Razones no le faltan: pocas veces la amistad femenina y sus bemoles se han retratado tan bien en la pantalla (un ejemplo reciente en esta línea es la francesa Girlhood). Es sencillo identificarse con Carla, Ari, Mar o Àgata, porque hemos sido una o todas juntas en algún momento de nuestras vidas. Y también nos ha tocado dejar el cole y deslumbrarnos con nuestros nuevos compañeros universitarios. Y hemos creído que seríamos amigas para siempre, pero nos hemos mandado a la mierda. Con cariño, eso sí.
Estamos ante una propuesta original y muy sintonizada con estos tiempos que corren en los que pasamos horas debatiendo sobre cómo responder un wasap o dónde quedar el próximo fin de semana, pero, ojo, sin caer en la frivolidad de una comedia mainstream. El modo de filmar/espiar a la protagonista y a su troupe, así como las actuaciones que “dejan ser” a los personajes crean una atmósfera tan natural como intensa, tan fresca como conmovedora. Nunca ha sido sencillo crecer y Las amigas de Ágata recrea este duro aprendizaje con maestría. En resumen, una película sincera de visión recomendada.
