Checoslovaquia, años sesenta. Un espíritu nuevo, un nuevo modelo de sociedad recorre las conciencias. Empieza a incubarse la noción de un «socialismo de rostro humano» (término que popularizaría el artífice de la Primavera de Praga, Alexander Dubček). Una generación de jóvenes cineastas (alumnos muchos de ellos del patriarca del cine checo, Otakar Vávra) empieza a remover los cimientos del realismo socialista. Comparten con sus homólogos ingleses y franceses el fervor por la experimentación, pero sin el rotundo pesimismo de los primeros ni las ínfulas sorbonenses de los segundos.
Sus nombres son Jirí Menzel, Milos Forman, Vera Chytilová, Jaromil Jires, Ivan Passer, Juraj Herz, entre otros cuantos. Filman cintas como Trenes rigurosamente vigilados, Al fuego, bomberos, Las margaritas, Valerie y su semana de las maravillas, Iluminación íntima, El crematorio. El Espíritu Santo, en forma del narrador Bohumir Hrabal, planea sobre ellos inspirándoles historias y situaciones donde laten las lágrimas del absurdo.
El final de esta historia es bien conocido: ante el progresivo aperturismo del Estado checoslovaco, los tanques soviéticos ocupan el país, exterminando cualquier intento de liberalismo. ¿Qué cine nos habría deparado este sorprendente país? Nunca lo sabremos. Quede este puñado de mágicas películas como testimonio, y también como destellos de lo que pudo haber sido.
