Justo ayer servidora hablaba con una amiga sobre los inevitables soliloquios de quienes vivimos solos. Empecé diciendo que siempre me había desquiciado la gente que murmuraba para sí misma; para acabar confesando que ahora, en realidad, yo soy una más. Y es que encuentro muy reconfortante el conversar, y a veces se me olvida que no hay interlocutor. Pero en este mundo en el que, supuestamente, estamos todos tan conectados, hay gente que no tiene ni siquiera voz. O a quienes nuestros oídos no perciben por mucho que griten. Deberíamos ser todos un poco más conscientes de que cada uno está luchando su propia guerra y seguro que quien está a nuestro lado tiene mil batallas que contarnos; de las que además podemos aprender. En ‘Soliloquejar amb algú’ de Roger Torns se habla precisamente de eso. De esos parlamentos que hacemos como reflexión en voz alta pero para la que nos vienen más que bien un par de oídos… O cuatro, o seis. Un espectáculo que nos obliga a escuchar y a pensar en la necesidad del colectivo, de compartir. Una pequeña representación de los personajes menos escuchados de nuestra selva urbana diaria; con sus inquietudes, sus miedos, sus penas y sus esperanzas.
