«Es momento de cambiar: Hay que salir de la zona de confort»

Lo primero que ocurre cuando te encuentras a Borja Vilaseca, es que, piensas, ha habido un error: parecería imposible que un hombre tan joven, del 1981, sea el Director del Máster más demandado de la Universidad de Barcelona (el Máster de Desarrollo Personal y Liderazgo); que este año se haya emancipado y ofrezca la formación desde su propio centro, el Instituto Borja Vilaseca; que haya escrito cuatro libros (Encantando de conocerme, El Principito se pone la corbata, El sinsentido común, Qué harías si no tuvieras miedo); y que dé continuamente cursos y conferencias (entre ellas, el próximo 30 de abril, en el Le Cool Festival, donde hablará de ¿Por qué es tan difícil cambiar ciertas cosas?)

Por eso, quizás, en la entrevista, Vilaseca empieza por el principio: contando su historia de vida que, muy precoz, le llevó a sufrir hasta el extremo, a entrar en una crisis profunda y a salir de ella airoso. Sentado en el hall céntrico de un hotel de Barcelona, Borja cuenta ahora cómo hace más de 20 años su vida era puro exceso («alcohol, fiestas, palizas, rockandroll, enfermedad, sexo… era un gamberro heavy«). Y cómo, con 19 años, dijo basta, al límite de la desorientación y el vacío.

—Antes adoptaba una actitud victimista, reactiva, siempre culpaba a alguien de lo que me ocurría. Y un día dije: hasta aquí hemos llegado. Voy a tomar las riendas de mi vida. Entonces empecé a escribir, porque tenía necesidad de poner en palabras mi proceso emocional. Y en esa catarsis descubrí mi gran pasión. Ser escritor. Leí también, a muchos filósofos, indagué, rompí con mis amigos, viajé… Y a los 24 años tuve el segundo punto de inflexión en mi vida.

—¿Qué pasó?

—Descubrí el eneagrama [una técnica que define nueve patrones de personalidad]. Hice un curso de crecimiento personal de pocos días y me di cuenta de que estaba mirando en la dirección equivocada, porque antes leía mucho Nietzsche y a otros similares, pero ¡seguía sufriendo! Entonces empecé a leer a los sabios, Dalai Lama, Buda, LaoTse… E inicié el camino trillado de la espiritualidad, yoga, alimentación, etcétera. Poco a poco fue desapareciendo la ira, el miedo, y fui teniendo más confianza, más serenidad y fui sanando mi autoestima y descubriendo quién era y para qué estaba aquí. La literatura era el instrumento, pero además descubrí hacia dónde dirigir esa escritura.

“Cada vez que sufro o entro en conflicto, trato de descubrir algo nuevo que igual estaba por explorar, y lo ofrezco luego a la sociedad de la manera más sencilla, más práctica, con sentido del humor”

—¿Y cómo ha seguido el camino hasta hoy?

—Sigo aprendiendo: lo que más me apasiona es cuestionar mi ignorancia. Cada vez que sufro o entro en conflicto, trato de descubrir algo nuevo que igual estaba por explorar, y lo ofrezco luego a la sociedad de la manera más sencilla, más práctica, con sentido del humor. Hago posible ese conocimiento y lo difundo escribiendo, dando conferencias y también como emprendedor.

https://youtu.be/4MDSvQTIbZM

—¿Qué es lo último que has descubierto?

—Tengo dos niños pequeños [la menor tiene menos de dos años] y me he dado cuenta de la hipocresía social frente a la paternidad. ¡Nadie te cuenta lo que implica ser padre ni los desafíos que trae consigo! Es un berenjenal: cambia tu economía, tu relación de pareja, tus valores, tus prioridades. La gente te dice: es maravilloso, ¿cuándo te animas? No hombre, no. Hay que informar. No todo el mundo está capacitado para ser padre: ¡si hay gente que no es capaz de hacerse feliz ni a sí misma!

—¿Qué otra cosa nos han vendido?

—Todo lo relativo al dinero. Somos totalmente ignorantes financieramente porque no hemos recibido ninguna educación. Cerca del 65% de la sociedad está en deuda, en quiebra, atada a un banco, el dinero les quita la sonrisa, les impide dormir… Y es que a nivel consciente queremos dinero, pero a nivel subconsciente, que es lo que a mí me apasiona, estamos en guerra con el dinero.

—¿Por qué?

—Porque nos han vendido un montón de creencias y falsedades. El dinero es malo, el dinero corrompe, los ricos son malvados… Todas esas son tonterías y nos las hemos creído. ¿Por qué? Hay una propaganda, unos intereses creados. A los intermediarios de la industria, como el estado, las grandes empresas y los bancos no les interesa que las personas como tú y yo seamos conscientes, seamos personas autosuficientes, responsables, que podamos valernos por nosotros mismos, no. Interesa que seamos esclavos, dóciles, ignorantes, sumisos… para poder seguir manejando el cotarro. Para mí la inteligencia financiera es fundamental.

“Para que el ser humano se desarrolle y prospere es necesario tener tres inteligencias: la espiritual, la financiera y la tecnológica”

—Hablas de tres inteligencias necesarias para que un ser humano logre hoy en día desarrollarse y prosperar

—Sí. En primer lugar está la inteligencia espiritual, que nos desvela quiénes somos verdaderamente y para qué estamos aquí. Descubrir esto con todo el condicionamiento del sistema, que nos ha castrado la autoestima, mutilado la confianza, aniquilado la creatividad, es decir, que nos ha educado para obedecer, para ser siervos, para no pensar, claro, es complicado. La mayoría de la gente tiene un miedo atroz al cambio, miedo a la libertad, a la responsabilidad. La buena noticia es que cuando vislumbras la respuesta ya empiezas a ir en línea recta.

—¿Y una vez descubierto esto, que no es poco, cómo seguimos?

La inteligencia financiera, como hemos visto, nos ayuda a resolver por nosotros mismos nuestros propios problemas laborales y económicos. Y la tercera es la inteligencia tecnológica. Queramos o no, el mundo es virtual, robótico, automatizado. Estamos pasando de la era industrial a la era del conocimiento. Hay nuevas reglas del juego, nuevas directrices para que tú y yo podamos prosperar. En la era del conocimiento la principal fuente de riqueza es tu talento, tu creatividad y tu inteligencia. Todo lo demás se puede imitar, se puede copiar. Si tu trabajo lo puede hacer un ordenador, o lo puede hacer alguien de forma más barata que tú, lo acabará haciendo.

—¿Nuestra creatividad es siempre rentable?

—Igual no se trata de tener un empleo tradicional: ahora un montón de gente está condenada a crear su propia profesión. A los chavales de entre 15 y 25 años se les llama generación perdida porque han sido educados bajo una perspectiva industrial para enfrentar un mundo que ya no existe. Tienen mentalidad de empleados, de que el estado, las empresas, los bancos se tienen que hacer cargo: yo soy la demanda y a ver qué ofertas hay para mí en el mercado. Tengo una licenciatura y un máster y entonces tendré trabajo seguro y estable para toda la vida. Todo eso se ha derrumbado. Ahora mismo para mí la única salida razonable es ser autodidacta, porque de aquí a que se reinvente el sistema educativo, esto es un movimiento de ciudadanos libres, responsables, inquietos, que sienten necesidad de cambio, que ya no se quejan ni salen a protestar con la pancarta, porque ya les que da igual quien gane les próximas elecciones, Pablo Iglesias, Rivera, da igual. Es la hora del cambio individual, de la revolución en mi consciencia. Se han dado cuenta de que falta inspiración, herramientas, recursos, no para seguir a otros, sino para seguirme a mí mismo, para ser mi propio referente. Estamos cambiando de paradigma, cambiando de mentalidad a nivel colectivo.

—¿Qué características tiene el nuevo paradigma?

En la era industrial el valor típico era el bientener, y de allí se derivaba el consumo materialista. En la era del conocimiento, en cambio, el valor es el bienestar. Es decir, la sostenibilidad, la ecología, la energía positiva, la colaboración, la autenticidad, la conexión profunda. Lo otro es un juego de máscaras, de comparación. Hay mucho vacío en la vieja era porque muy pocas personas se atrevieron a ser ellas mismas. Hoy es diferente: estamos condenados a ser nosotros mismos. No queda más remedio.

—En tu caso hubo una serie de experiencias que te llevaron a conectar con los nuevos valores. ¿Pero qué ocurre con la gente que vive su infelicidad de una manera menos explosiva y no tiene el revulsivo para cambiar?

—Esa persona está en la zona de comodidad y seguramente dirá, no, pero si yo soy feliz. Ah, bueno, entonces definamos felicidad: para mí no tiene ninguna causa externa, no tiene que ver con los parches. Es más bien un aspecto interior del ser humano, que viene de serie, una conexión con tu verdadera esencia, y que, insisto, no guarda relación con tus circunstancias: a mí nada ni nadie me puede hacer feliz. Tú quítale a esta sociedad las farmacias, el tranquimazín, el fútbol, la religión, la televisión, las drogas y desnuda al ser humano, y entonces, cuéntame qué tal te va con tu felicidad. Lo que pasa es que las personas estamos enajenadas y aletargadas porque esta sociedad proporciona anestesia las 24h del día. Nosotros no podemos dar sed, podemos dar agua: podemos dar herramientas a los que reconocen que necesitan un cambio.

“Cuando una persona llega a un nivel alto de saturación, en el que el sufrimiento es más fuerte que su miedo al cambio, entonces está dispuesta a abrirse a nuevas posibilidades”

—¿Si no hay reconocimiento del malestar, entonces no hay opción de cambio?

—Las personas que están en la zona de comodidad, pero que no están muy bien ni muy mal, tienen mucho miedo a cuestionarse e iniciar un cambio de mentalidad interno, porque intuyen que todo desembocará en cambios externos. Tengo mucho miedo a perder lo que me ha costado tanto conseguir, aunque sea un imperio de mierda o una pareja infeliz. Además, el cambio no garantiza que vaya a ganar algo igual o superior a lo que ya tengo, porque no hay garantías: cambiar es un acto de fe. Pero hoy en día está pasando algo maravilloso, compra palomitas, porque se avecinan tiempos increíbles. Lo que está pasando es que está llegando el sufrimiento. Y cuando una persona llega a un nivel de saturación tal, que el sufrimiento es más fuerte que su miedo al cambio, entonces está dispuesta a abrirse al cambio. Y hace algo que para mí es de humildes, valientes y honestos: mira hacia adentro, empieza a cuestionarse, a soltar la culpa, el victimismo, tomar las riendas de su vida, confiar en sí mismo.

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Detrás de sus gafas granates, Borja Vilaseca clava la mirada en el interlocutor y lo envuelve con su discurso. Lo hipnotiza. Habla alto, lento, te toca, bebe agua, se mueve, ríe. Y uno, casi sin darse cuenta, se entusiasma y quiere ya emprender el viaje interior que propone. “Pero ese viaje… no es fácil”, reconoce él. Por eso Vilaseca ofrece el Máster de Desarrollo Personal y Liderazgo, 300 horas de herramientas para descifrarse por dentro y 27 profesores (él da la asignatura de Eneagrama, pero hay nombres como Joan Garriga, Sergi Torres, Joan Antoni Melé o Enric Corbera). Este año empieza la 19 edición.

También es el fundador de la Akademia, un proyecto pedagógico de 120 horas que promueve de forma gratuita la educación emocional, el autoconocimiento y la responsabilidad personal para jóvenes de hasta 22 años.

EL SILENCIO EMPEZÓ EN UN BANCO

A los 25 años, Borja Vilaseca se dio cuenta de que todos los sabios que leía tenían algo en común: todos hablaban del silencio como la gran clave. Por eso, decidió practicar y durante un año, cada día, se sentaba bajo el eucalipto de la plaza Amelia de Barcelona. El primer día no duró ni cinco segundos, pero con el tiempo llegó a estar tres, cuatro, cinco horas…

—¿ Y qué te pasaba con el silencio?

—Al principio, cuando te paras empiezas a sentir como una incomodidad. Dices, ay, mejor voy a encender la tele, voy a llamar a María, miro mi facebook… quieres narcotizarte con algo. No te apetece nada, quieres algún parche. Pero cuando vas entrando, yo lo veo como esas boyas que han estado en lo profundo del mar y de repente, pum, algo se desata del fondo y, pam, sale a la superficie. Allí te encuentras con tus emociones reprimidas, con tus demonios internos. Es como entrar en una cueva, aunque si vas mentalizado, con una linterna, una mochila, con las herramientas necesarias, entonces es revelador.

—¿Y por qué hay que entrar a esa cueva?

—Porque si no pones luz en tus sombras, si no pones orden en tu caos interno, todo lo que está en tu inconsciente se manifiesta en tu vida como destino. Y surgen las llamadas “causalidades”, “sincronicidades”. Seguro que conoces a alguien que dice: “No sé por qué siempre atraigo a parejas que me hacen sufrir”. Como no es muy consciente de que no sabe ser feliz por sí mismo, porque no se quiere y eso es muy doloroso de reconocer, atrae esa situación en su vida. ¡La vida quiere que aprendas, que evoluciones, que crezcas! No te da lo que tú quieres, sino lo que necesitas. Lo que pasa es que tú no lo aprovechas. Te quejas, te victimizas. Yo no digo que seas un loco como yo que entra y se queda en la cueva (risas), pero hay que hacer una introspección, hacer un curso, leer un libro… No entrar en la cueva, como metáfora, es desde mi punto de vista la menos inteligente de todas las opciones.

 

Ana Claudia Rodríguez es periodista y autora del blog “Y si de repente” (www.ysiderepente.com)  en el que afronta diferentes retos y los cuenta en primera persona.

 

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