Àpat

A poca gente le gusta ir a comer al restaurante de enfrente de su casa. Es una cuestión de proximidad y de querer salir del entorno habitual. No es mi caso. Día y noche veo el restaurante Àpat desde la ventana de mi estudio. Podría ser su notario del tiempo. En su día vi la inauguración del local en la calle Aribau en pleno pulmón de subida de l’Eixample. Ahora veo si abren a la hora marcada del almuerzo, los primeros clientes que entran con prisas, los que no se deciden estudiando al detalle los platos, las parejas que se quedan en la puerta para entrar como enamorados o los fumadores que dan la última calada. Por la noche, el ritmo de los clientes es más pausado, los grupos entran como conocidos, pero salen como amigos y, a altas horas de la noche, observo como el chef Oriol Vicente cierra su restaurante de cocina catalana contemporánea. Àpat es un local minimalista marcado por el gris oscuro de las paredes que contrasta con lo colorido de los platos. Ofrecen buenos menús degustación con maridaje que han sabido plasmar en un excelente menú de mediodía de formato económico que siempre está a la altura y un poco más. Al sentarte te sorprenden con su seña de identidad: la mancha de aceite virgen extra en un gran plato blanco con rodaja de pan y sal gorda. Boca limpia y dispuesta. Primero, segundo y postre de categoría con el equilibrio perfecto entre creatividad y tradición. Un ejemplo sería la ensalada de pollo en escabeche con cítricos, arroz meloso de setas y gambas con puerro crujiente y sopa de mandarina con raviolis de yogur. Si algún aventurado se anima a visitarlos y nota una mirada furtiva en alguna ventana entreabierta, no llamen a las autoridades: tan solo será un servidor disfrutando del éxito de un restaurante impecable.

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