Bacaro

“Hoy nos tomamos un buen plato de pasta” me dijo un amigo italiano el otro día. Muchas copas de vino blanco italiano y 42 euros por barba después, su promesa estaba superada con creces. Sin hacer mucho ruido, camuflado en un callejón de la parte trasera de la Boquería, el restaurante Bacaro sigue haciendo feliz al que tenga antojo y curiosidad por la buena cocina del Veneto. Para los entrantes, nos pusimos rápido de acuerdo en compartir unas tostadas con brandada de bacalao, y un memorable pulpo a la plancha con nduja, patatas y emulsión de anchoas. Estratosférico plato que se agarra con fuerza a la memoria y deja noqueado el paladar. De segundo (con ganas de cubrir el antojo de pasta) fuimos a por la pappardella con ragú y a por el canónico spaghetti cacio e pepe. Él dijo que mi ragú ganaba (sedoso, profundo de sabor), aunque su pasta no se quedaba lejos. Cerramos el festival con una tarta de chocolate y frambuesa con helado de fior di late que estaba para llorar.

Comandado por una tropa de ex-Xemei, el Bacaro sigue siendo una de las opciones italianas más sólidas de la ciudad. A mi amigo Giuseppe no le faltaba un gramo de razón: la pasta del Bacaro te va a hacer rebosar el cerebro de endorfinas. Palabra de napolitano.