Belmonte

Cuantas veces habré paseado por la calle de la Mercè sin haberme percatado de este local. A veces, la vida te hace ir a «piñon fijo», dejando escapar lugares como el Belmonte, donde prima una de las características que más valoro, tanto en las personas como en los lugares: ¡su autenticidad! Belmonte es auténtico porque tiene alma. Alma con aroma a gótico y al ambiente que se respira en los locales de toda la vida. Aquellos donde los dueños han respetado su estructura, conservando el caliu del gótico pero readaptándolo totalmente a su gusto, su saber hacer y sin tener en cuenta modas pasajeras.

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Así es como conservan esa autenticidad, desde que abrieron en el 2004. Velando por el detalle, con un restaurante agradablemente iluminado y curiosamente adornado, con elementos elegidos cuidadosamente por las propietarias, Carmina, la Chef y Mercè, quien nos acoge en el local. Para ellas, sus clientes son recibidos como lo harían con sus invitados, en su propio hogar. Y como dicen ellas, en casa recibes a la gente que quieres. Y es aquí donde pienso que reside el espíritu de Belmonte. A través de esta gran filosofía.

Consiguen que nos sintamos como en casa y, como todo invitado de confianza, empecemos a mirar a diestro y siniestro preguntando. ¿Y eso? Esos espejos antiguos, esa colección de sifones de los años 60, ese sofá sesenteros donde bien podría imaginarme a Andy Warhol echando la siesta… Esa increíble cartografía presidiendo el comedor que deducimos que se trata de una réplica de un encargo que le hizo la reina Isabel II, al cartógrafo y navegante Juan De la Cosa. Esculturas y pinturas cedidas por amigos, personajes del gótico e incluso familiares. Todo tiene cabida aquí, mientras tenga sentido y una historia contundente detrás.
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Pero el alma del lugar no tendría cabida si no fuese por la oferta gastronómica de platillos tradicionales, con toques contemporáneos y pensados para compartir. La esencia de Carmina se ve en cada plato. En sus recetas mediterráneas donde destacan aquellas procedentes de Tarragona, de donde es ella. Unos espectaculares patatons con salsa Romesco, arenques con tomates escalibados y ajos tiernos procedentes del Delta del Ebro, jugosas tortillas elaboradas con huevos de gallinas criadas en libertad, y ese flan… cuya receta no nos quiso desvelar. ¡Y mira que insistimos! Una amplia variedad a muy buen precio, sobre todo teniendo en cuenta que trabajan con productos de alta calidad, de proximidad y con proveedores que proporcionan productos artesanales,  e incluso, algunos,  recogidos del huerto de la familia de Carmina, a las afueras del Vendrell.

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Comida y ambiente inmejorable, donde el suave soniquete del jazz y el blues acompañan a cada plato o al momento del vermuts, permitiendo que las conversaciones fluyan en un tono agradable.

Un lugar con alma donde Carmina y Mercé se toman el tiempo de conocer al cliente habitual, que suele ser gente de buen paladar. Y aunque todos son bienvenidos, el público es sobre todo local. Ah, y una curiosidad, como tantas otras que nos encontramos en el local. Con el Belmonte empieza la novela de Jordi Basté y Marc Artigau, “Un home cau”, (Un hombre cae). Habrá que leerla, ¿no? Y mientras tanto, nosotros ya habremos caído rendidos a sus platillos, platos y vermuts.

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