Blanc Restaurant

¿Os habéis preguntado qué es el verdadero lujo, hoy en día? Fue la curiosidad que me vino a la mente nada más traspasar el majestuoso salón del restaurante Blanc, del Hotel Mandarin Oriental, cuya gastronomía ha sido diseñada por Carme Ruscalleda. Por majestuosidad no me refiero a excesivo. Todo lo contrario. La primera sensación que tuve fue la de elegancia y hermosa sencillez. Un relax propiciado por la gran cantidad de luz natural que se desprende del techo de cristal. La percepción de sosiego que transmiten las tonalidades blancas, con toques azules, la pureza de los tejidos elegidos para decorar el salón y el cuidado del mobiliario se hace latente, nada más llegar. Primera respuesta a mi pregunta… Aquí se denota el lujo. El lujo es sentir esa paz y armonía.

Sin dejar de lado mi momento introspectivo, probé el Menú de primavera. ¡Qué bien suena en un entorno tan cálido! En cada bocado de dicha degustación os podría señalar que se nota la influencia de una artista (me gusta llamarla así), que cuenta con 7 estrellas Michelin. Se aprecia que la chef y el equipo de cocina, respeta la materia prima, la utilización de ingredientes naturales y de gran calidad, además de las influencias de la cocina catalana y toques asiáticos. También habría que destacar la influencia de de su Chef Jérôme Quilbeuf, gran conocedor de la cocina nipona. Otro factor a tener en cuenta entre los fogones.

En el primer plato, Coca de anguila del Delta del Ebro, fresón, nabo daikon y shiso ya pude notar ese cuidado por el detalle y la creatividad a la hora de presentar la fina tartaleta de hojaldre donde dichos ingredientes se exhiben, cada uno, con brillo propio. Encontrar el contraste en cada bocado resultó sencillo y discernir el frescor de cada elemento, también. Lo siguiente. El pulpo al horno de piedra, queso ahumado servido con una salsa anticuchera al más puro estilo peruano. No pude evitar recordar los momentos pasados en la misma terraza del hotel Mandarin, del Restaurante “Jardín Mimosa”.

Con la Merluza de pincho, migas y pil pil de ajos tiernos y lima tuve la ocasión de saborear el suave contraste cítrico con materias muy nuestros y de mercado. Aunque reinterpretados, noté esa vuelta al origen de los platos que nos hacían nuestras abuelas. Quienes sabían tomarse el tiempo para ofrecernos lo mejor. Hubo una parte de retorno al origen y por lo tanto, de grandeza. ¡Otro lujo! Podría seguir. Con la Costilla Oriental de Cerdo Duroc, con encurtidos, perfectamente cocinada pero paso a cerrar el menú con el clásico Carrito de postres. Si tuviese que poner una pega diría que ese escenario de postres clásicos era tan bello que me resultó cruel. Me decanté por el Tiramisú. Y con tantas versiones del mismo es gratificante encontrarse con un Tiramisú que sabe a eso mismo… Hasta el pan está elaborado en el mismo lugar y el aceite “Arbequine” lo han hecho exclusivamente para el restaurante. ¡Ah, y la selección de vinos es amplia!

Pero os diré lo que me pareció un verdadero lujo. Que los camareros y todo el equipo atiendan con tanta simpatía. Que se tomen su tiempo en explicar los detalles de cada plato. Aquí quedó demostrado que el verdadero lujo no está reñido con el precio y se aleja de la pomposidad. Es calidad sin pretensiones, es novedad, dedicación sin prisas, trato afectuoso y saber hacer… Es un capricho, de vez en cuando, compartido con tu gente. Es toda esa pureza. No por nada lo han llamado Blanc.

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