Bodega J. Cala

La Bodega J. Cala sigue sobreviviendo desde 1927 en uno de los extremos del Poblenou, sirviendo las que probablemente sean las mejores anchoas del barrio. Filetes carnosos, desalados a mano que llegan acompañados casi obligatoriamente de unas aceitunas y su vasito de vermut de la casa. Aunque lo más entrañable de esta bodega casi centenaria no son sus barriles antiguos, ni el olor mezcla de madera y vino, o su memorabilia taurina y pugilística de las paredes. Lo que más te impacta es el oficio de Rosa y su familia detrás de la barra. De cómo se acuerdan de ti a la segunda visita, o su talento para hacerte sentir de la casa a los 5 minutos de entrar por la puerta. Al cabo de un par de vermuts, desearás que el J. Cala se convierta en el bar de debajo de tu casa. Ni los precios populares han hecho cambiar su clientela fiel, autóctona del barrio, que no para de entrar y salir para repostar su dosis de vermut diaria.

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Si la avisas con tiempo, Rosa te preparará uno de los bocadillos de anchoa más épicos de tu vida. Este extremo de Poblenou tiene algo de desolador, las fábricas han dejado paso a descampados y grúas de nuevos edificios. Pero el aura del J. Cala sigue sobreviviendo intacta, sin hacer mucho ruido, pero con el orgullo del que sabe que hace las cosas bien. En tu próxima escapada de vermut, rinde homenaje a una de las bodegas con más encanto (delante y detrás de la barra) de la ciudad.
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