Meneghina

Es el único local del carrer Tiradors del Born. O eso parece, porque su entrada deslumbra todo lo demás. Y no por luminosa o excesiva. Al revés. En una callejuela sombría típica de este ex barrio de pescadores, el discreto Meneghina cuelga un cartel hecho a base de pasta seca, como las manualidades de un niño de guardería (pero bien). Y ese inocente recurso funciona. Una vez conseguida tu atención reparas en la mesita de fuera y descubres su interior. Y ahí sí te han cazado a base de bien, amigo: buen gusto, acogedor, amigable, refugio preciocismo (como he leído en el blog de un entusiasta) y -mal me pese el uso de la palabra- por encima de todo, es mono. Estos son conceptos que definen al pequeño restaurante italiano/catalán. Su especialidad, como bien uno deduce del cartel, es la pasta y especialidades italianas. ¡Pero nada de pizza! Sino los secretos culinarios de la mamma siciliana o napolitana entregada: burrata artesanal con calabaza grillada y focaccina al romero, pacchere de foie, espaguetis con salsa de sepia y calamar y de postre unos «canutillos» («Cannoli de mató con pistachos», para que no quedéis mal) rellenos que te harán alucinar (broma fácil). Sobredosis de hidratos de carbono regados con un blanco seco bien fresco para hacer pasar La Grande Bouffe. Mención especial al servicio, cercano y entregado en todo momento que nos perdonó los mil vaivenes que dimos con la carta, nos deleitó con un chupito de amaretto y nos hizo sentir bien. El Meneghina es, en definitiva, un reflejo de la Dolce Vita (y paro ya de referencias cinematográficas italianas).

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