En mi casa nunca ha faltado un buen plato de pizza casera o pasta fresca: fetuccini, linguine, spaghetti… y siempre hecho a la antigua usanza. Dándole a la manivela, como Dios manda. Y es que mi abuela es de origen italiano y, creáis que no, eso es toda una escuela. Por eso, a veces tengo algún prejuicio al acercarme a un restaurante italiano de apertura reciente. Muchos piensan que se trata de una gastronomía sencilla y se aventuran a abrir pizzerías o trattorías como si fueran puestos de pipas, pero la realidad es que la cocina italiana requiere, ante todo, paciencia, práctica y materia prima de mucha calidad. Así que aunque sea reticente a cambiar de restaurante italiano predilecto, sin una recomendación previa, el otro día me animé a entrar en el Margherita, un lugar que se presenta a sí mismo como un restaurante de «alta gastronomía italiana«. La primera impresión ya fue muy buena gracias al trato del director de sala, Juan Martín, quien se preocupó en todo momento de que no nos faltara de nada, junto a Beatriz, una encantadora barman que ayudó a que saliéramos de allí algo más chisposos que cuando entramos. El lugar, muy actual, pulcro y combinado con un mobiliario estratégicamente envejecido y una luz muy acogedora que lo convierte también en un espacio exclusivo. Pero a lo que vamos: mangiare. Para mí la prueba de fuego en un buen italiano es pedir lo que puede parecer lo más sencillo. En este caso, probamos una pizza que hace honor al local: la Margarita, cuyos ingredientes son básicos en la gastronomía italiana: tomate y albahaca fresca, además de la mozzarella, de bufala campana D.O.P. en el caso de este restaurante. Cocción perfecta e ingredientes fresquísimos: prueba superadísima. A partir de allí compartimos otras pizzas y echamos un vistazo a otras recomendaciones, como el granraviolo de foie con salsa de ceps o el risotto guanciale, gambas rojas y romero. Demostradísimo que en este lugar tienen en cuenta muchas de las premisas a la que es fiel la mia nonna, para mí el mejor referente de esta gastronomía. Y la simpatía del personal es lo que le da el toque final para sentirse acogido como en casa.
