Semproniana

Pasas por una calle una y otra vez. Te crees una smarty pants de la ciudad sólo porque, entre otras cosas, colaboras en la sección lugares de este semanal. Vas a un restaurante, te piensas que es nuevo, preguntas que cómo les va, que te gustaría escribir sobre ellos y que cuánto llevan; y te contestan que calculan que más o menos desde que tú naciste, por la cara de niña que tienes. Touché. Esto es lo que me pasó a mi en el Semproniana. Engañada por su pequeña entrada decorada con cocinas de juguete de los 80, caí en el error de pensar que era un refugio hipster. En cambio, me topé con una antigua editorial reconvertida en restaurante con personalidad propia de la mano de una chef de estirpe centenaria a los fogones. Qué caprichoso el sino. Una vez traspasas el umbral de casa de pin y pon te adentras en un ambiente de luz tenue, de techos altos, sillas eclécticas, neones Philips setenteros y miles de cachivaches más repartidos por doquier. Y una cree que se ha precipitado por la madriguera del conejo de Alicia. Semproniana es el nombre de una localidad del Vallès en que nadie creía que podía haber un asentamiento romano, pero 50 años después una ruinas aparecieron y ratificaron el hecho. Es el empeño de los que persiguen una idea y luchan por ella. Y eso me gusta. Llamémosle debilidad de una con formación de publicitaria, que cree en las marcas con historia. Un apunte sobre la carta. La comida es S, M o XL, según tu apetito. Respecto a la calidad, ¿no he dicho que es fruto de una tradición centenaria de chefs?

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