Le recomiendo a todo el mundo la crisis de los 30. Es muy divertida. Por una parte, es excitante porque parece que por primera vez en tu vida estés tomando decisiones y por otra, estás asustado y miras continuamente atrás añorando los años en los que no tenías por qué tomarlas. Unos años, paradójicamente, en los que también pensabas que empezabas a tomarlas por primera vez. Entonces decides que no puedes perderte por nada del mundo un concierto de Millencolin. Básicamente, porque ya se te han quitado las hostias del folk y los grupos experimentales y has llegado a la conclusión que lo que más mola son las guitarras eléctricas y saltar en los conciertos. Y coincides con la gente que ya los vio en su momento y que ahora vuelven a ir porque -te dicen- tío, molan mogollón, no te los puedes perder. Y miras alrededor y ves que vuelven a rodar los skates y piensas que deberías comprar uno para ir al trabajo, pero tus amigos te miran raro y lo declinas. Pero te vas al concierto de Millencolin. Y te encuentras con un montón de gente que ya has visto en otros conciertos, con la experiencia suficiente para saber que son otra banda sueca infalible y el mismo espíritu del resto de asistentes, adolescentes treintañeros de todas las edades vibrando con una buena banda de punk-rock.
